adelanta su otoño,
y se lanza en volandas
de un aire que le vence las fuerzas,
que no le besa el envés cicatrizado
ni acomete su peciolo
como la última lágrima
antes de volar ligera de equipaje.
Foto Jorge Romero |
Cada vez que me atrapa la duda,
me sirvo tragos de aire y esperanza
y pienso amalgamado en mi criterio,
sobre el duelo equidistante de la brisa.
Algunas veces soy metal
cauto brillo solitario de las aguas,
un mero trámite de sueños empezados
acólito ferviente de lo simple,
vividor tenaz igual que bebo
auspiciando lo probable entre las reglas
del astuto desencanto y menoscabo,
otras veces soy de veras,
una suma entre fracasos y secuelas,
sobre célebres canciones de nostalgia
y el desvelo paulatino de tu risa.
Salgo de nuevo, como cada mañana
trazo mapas con mis pasos
y marco con mis dedos las esquinas,
donde siempre guarda el destino
anaqueles de rostros y sonrisas,
algunas caras conocidas que no recuerdo.
Cada vez que escucho la palabra nunca
se abren las puertas del silencio,
una bandada de pájaros se ausenta
desoyendo mis preguntas
sobre la piedra intacta del recuerdo,
cada vez que suena,
su figura intangible
se derrama entre mis manos
como el agua invisible de los besos,
se hacen eco en la distancia
la palabra, el verso, la nostalgia.
Algunas veces la tarde
cuando nunca te lo esperas,
me tiende benévola su ausencia
sobre un hall embriagado se sigilo,
así, como sin verbos,
la palabra es siempre
un timón de rumbo fácil en el tiempo,
como un mapa sin fronteras
ni brillos escorados
sobre la lúcida quietud de mis derivas.
versión audiopoema por Nono Vázquez
A veces la niebla
te abandona entre suspiros,
obligando al movimiento
mientras besas en la duda
por la vida entre tormento,
a veces la niebla te sacude
y las gotas de espuma
desempolvan su misterio,
Hay palabras
que mejor deberían mostrarse verbos,
esas palabras que deslindan
los deseos en los mortales,
y los hacen perdurables
en el reino estrepitoso del eco,
allí, donde todo y nada
suelen ser lo mismo.
Hay verbos audaces en su alcance,
sobre un mundo de glosarios
que revelan un camino tenaz,
como la pesadilla de un niño
cuando invade con miedo incomprensible
la inocencia del silencio.
Hay tiempo,
como miles de gotas
que no se corresponden,
hay tiempo,
y parpadean gráciles, inagotables,
tiempo igual, tan igual como el agua,
y nada es lo mismo,
nada se corresponde.
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Foto Jorge Romero |
Anochece en la hojarasca
de los pasos agolpados,
cuando el espacio se repliega
ante los ojos incautos de la nada,
parece que fue ayer hace un momento
cuando hoy, aún no existía.
Como el tiempo, que busca su aliento
en el nombre de la obviedad,
así que pasan los días
efímeros, como los pasos que dimos
ocultos, cuando la vida era un palio
sobre las calles recalentadas.
Lejanos los niños y las idas,
la fruta madura del destiempo
las tardes de calor y las caídas,
y el agua de la fuente que se iba.
Quién no ha viajado hasta allí,
memorando los minutos empleados
para no perderse en un regreso hipotético
que siempre está por llegar,
quién no ha deshecho un equipaje
tan pesado como innecesario
para una estancia tan próxima,
quién no ha llegado a destino rodeado
de miradas tan propias
como la propia mirada, quién.
Todas las avenidas empiezan
con un brote de emociones
que señalan con sus pasos oscilantes
los deseos amurallados, las luces encendidas
y esa bocanada de calma cruel
en los escaparates.
Todo en la vida
empieza con una hoja,
como un caos envolvente
que diluye entre suspiros
las páginas intactas de un libro,
todo late, en la vida
todo late a través del aire
que no pesa en las esquinas,
empujado de rigor y adrenalina
todo parece agua y humo
como una especie de gloria
dibujada en el vaho de los cristales,
un eco acogedor que sabe a lecho
como el latido flagrante
de un corazón perfecto.